La comunidad completa de un pequeño edificio ubicado en un barrio en el centro de Santiago decide hacer una reunión extraordinaria para tratar un tema que no da para más. La acelerada llegada de personas en situación de calle con carpas que se han instalado literalmente al lado de sus casas tiene a este grupo de vecinos aquejados y escindidos sobre qué hacer. La gente en situación de calle, son vecinas y vecinos nuevos que no provienen de su clase, no cumplen con los códigos de convivencia del edificio, pero, en un extraño sentido, son sus vecinos y deben convivir con este grupo permanentemente. La policía ha intentado echarlos con escándalo y violencia, algo que toda la comunidad del edificio observa de forma crítica y rechaza tajantemente.

Ante esta situación liminal, la comunidad tendrá que poner en jaque sus propios valores, preguntándose dónde está lo realmente político y transformador: ¿Dejar que estas personas convivan al lado de sus casas sin cumplir ninguna regla de convivencia? O, por el contrario, echarlos, puesto que todo sujeto que quiera vivir en comunidad tiene que establecer un mínimo civilizatorio de convivencia y apoyo mutuo.

¿Qué es una comunidad en un país donde lo comunitario ha sido erosionado? ¿Existe todavía en Chile un proyecto donde lo público es responsabilidad de todas y todos? ¿Es la empatía algo que nos lleva a un horizonte de transformación o es una especie de bálsamo para la conciencia culpógena? ¿Si el proyecto de izquierda está abandonando de manera cada vez más profunda lo masivo, lo público y las clases sociales, no son estos seres excluidos síntoma de la pérdida de ese horizonte? Todas esas preguntas problematizan Al Otro Lado de La Puerta.